domingo, 15 de abril de 2012

Las personas invisibles

Un nuevo y bello texto de Sergio Sinay, un imprescindible:


Las personas no pueden esperar

Algo en común une a los corruptos de cualquier tipo (funcionarios, mandatarios, jueces, legisladores, empresarios, comunicadores, etcétera), con torturadores, con violadores y abusadores, con quienes asesinan para robar, con golpeadores y con psicópatas de todas las categorías. Todos ellos parten de despersonalizar a las personas, valga el juego de palabras. Parten de cosificarlas. Es decir, de quitarles entidad, de reducirlas a una mera condición de objetos, de instrumentos. El corrupto (ocupe el cargo que ocupe, sea el más alto mandatario o el más oscuro burócrata) no cree que su acción dañe a personas, no cree que su rapiña termine en tragedias ferroviarias, en hambrunas, en hospitales empobrecidos donde la gente no va a curarse sino a morir, en miles de horas perdidas por personas que necesitan viajar o trabajar, en vaciamiento de las palabras y oscurecimiento de la realidad, en escuelas sin educación ni educadores, en rutas sin mantenimiento que son trampas mortales, en edificios que caen, en servicios que no se cumplen, en víctimas que no reciben ni una gota de justicia. No cree que lo que toma es de todos y que, por lo tanto, roba a todos. No lo cree porque no ve personas, ve objetos. Objetos de su codicia, de su inmoralidad. Vive entre objetos (también lo son sus amigos, pareja, hijos, todo lo que respira a su alrededor).
Tampoco el torturador ve personas, ve objetos de su resentimiento, de su complejo de inferioridad, de su odio tóxico. El violador y el abusador no ven una mujer o un niño sino un objeto de su deseo, de su urgencia elemental, de su impotencia. El que mata para robar no ve personas, ellas son objetos que obstaculizan su camino hacia lo que él quiere poseer. El que golpea descarga su furia sobre un objeto que no funciona como él desea, ese objeto tanto puede ser un televisor como una persona (su pareja, su hijo), pero a esta él no la verá como tal.

Si vivimos en una epidemia de corrupción, violencia, maltrato, depredación sanitaria y educacional, anomia, inoperancia judicial, violencia doméstica y callejera, crímenes e inseguridad, quizás sea oportuno preguntarnos si no se habrá naturalizado dramáticamente en nuestra sociedad esta idea de que el otro no es una persona (un prójimo, un semejante, palabras en desuso si las hay), alguien con quien puedo tener muchas y grandes diferencias pero a quien me une una similitud esencial: somos seres de la misma especie, una especie cuyos individuos empiezan a perder identidad y a correr peligro de extinción cuando se desconocen, se desvinculan y se cosifican mutuamente. Quizá estemos más impregnados de lo que creemos, percibimos y admitimos de esta creencia según la cual el otro me sirve o me estorba. Si me sirve lo uso, si me estorba me deshago de él. No es una persona.

Por muy extendida que esté esa noción (cada quien tendrá que hacerse cargo de su propio estatus respecto de ella), las responsabilidades colectivas no existen, porque en ellas se esfuma la responsabilidad individual. Se puede explicar (o intentar hacerlo) el origen de la conducta de corruptos, golpeadores, asesinos, violadores, torturadores, pero sus víctimas están allí, todo el tiempo, en todas partes. El daño está hecho y se sigue haciendo. La responsabilidad de cada victimario es intransferible, sin atenuantes. Y una interminable fila de personas (personas, seres humanos, no cosas, no objetos) espera justicia, reparación. Esperan ser respetadas en su condición. Mientras tanto, es prioritario en el día a día, en los escenarios de nuestra cotidianidad, reconocernos y tratarnos como personas para no alimentar el caldo de cultivo en el cual corruptos y psicópatas se reproducen.

  

lunes, 6 de febrero de 2012

Thomas Merton, como siempre.

“Esta es la tierra en la que Tú me has permitido
hundir mis raíces en la eternidad.
Esta es la ardiente tierra prometida, la casa de Dios, la puerta del cielo,
el lugar de la paz, el lugar del silencio,
el lugar del combate con el ángel".

Thomas Merton



Debo el conocimiento de Thomas Merton a mi amigo Miguel Grinberg (Yeah!, viejo mutante...).
Fue un acto fatal.
Siento que hubiera ocurrido de cualquier modo, más tarde o más temprano.
Pero fue a través de Miguel que un ramalazo de luz me conmovió, de una vez y para siempre.
Que me entregué a los textos de alguien que, desde la solitaria reclusión de una ermita en Kentucky, parecía recorrer el universo.
("Motor inmóvil", recuerdo la expresión de Marechal, "motor inmóvil".... ¡salud, viejo Aristóteles!)

 Merton fue poeta, metafísico, monje trapense, cronopio.
Fue uno de los primeros pacifistas y antiracista. En tiempos en que esto era impensado, acercó las disciplinas espirituales de Oriente al catolicismo y a Occidente.
Vivía en su autoexilio trapense, cocinando avena sobre su lámpara de querosén, mientras en el cielo zumbaban los bombarderos preñados de muerte atómica volando de vuelta a su base aérea.
Y escuchaba la lluvia, como si fuera la primera -y la última- vez.
Murió -casi como una broma ridícula, casi como una última gracia de despedida- electrocutado por un cable pelado durante un viaje por Thailandia.

Dejó algunos de los más maravillosos textos de este planeta.
Algunos, todavía después de decenas de veces de hacerlo, no puedo leerlos sin llorar.
Búsquenlo por ahí, vale la pena.

Acá les dejo uno, flamante con sus más de cincuenta años de haber sido escrito, que Miguel Grinberg eligió para estrenar Mutantia.
Medio siglo, ayer nomás, vigente como siempre.



Verdad y violencia 

Vivimos en crisis, y tal vez nos parezca interesante hacerlo. 
Además, también nos sentimos culpables por ello, como si no tuviéramos que estar en crisis. Como si fuéramos tan sabios, tan capaces, tan bondadosos, tan razonables, que la crisis debiera ser en todo momento impensable. Es sin duda este "debiera", este "tuviera", lo que hace a nuestra era tan interesante que de ningún modo puede ser una época de sabiduría, ni siquiera de razón. Creemos saber lo que debiéramos estar haciendo, y nos vemos mover, con la inexorable premeditación de una máquina descompuesta, haciendo lo opuesto.
 
¡Un fenómeno tan absorbente que no podemos dejar de observar, medir, discutir, analizar, y quizás deplorar! Pero la cosa continúa. Y, como dijo Cristo sobre Jerusalén, no conocemos las cosas que hacen a nuestra paz. Estamos viviendo en la mayor revolución de la historia, un enorme cataclismo espontáneo de la especie humana íntegra: no la revolución planificada y llevada a cabo por algún partido, raza o nación particular, sino un profundo y elemental hervor desbordante de todas las contradicciones internas que siempre habitaron al hombre, una revelación de las fuerzas caóticas dentro de cada cual. No es algo que hayamos elegido, ni es algo que podamos eludir.


Esta revolución es una profunda crisis espiritual del mundo entero, manifestada vastamente con desesperación, cinismo, violencia, conflicto, auto-contradicción, ambivalencia, temor y esperanza, duda y creencia, creación y destructividad, progreso y regresión, apego obsesivo a imágenes, ídolos, slogans, programas que embotan la angustia general sólo por un momento hasta que estalla por doquier de un modo más agudo y terrorífico.
¡No sabemos si estamos construyendo un mundo fabulosamente maravilloso o destruyendo todo lo que teníamos, todo lo que habíamos logrado!. Toda la fuerza interna del hombre está hirviendo y estallando, lo bueno junto con lo malo, lo bueno emponzoñado por lo malo y combatiéndolo, lo malo simulando ser bueno y manifestándose con los crímenes más espantosos, justificados y racionalizados mediante las intenciones más puras e inocentes. El hombre está preparado para convertirse en un dios, y en cambio a veces luce como un zombie. Y así tememos reconocer nuestro kairos [*] y aceptarlo.

Esta época manifiesta en nosotros una distorsión básica, una arraigada falta de armonía moral contra la cual leyes, sermones, filosofías, autoridad, inspiración, creatividad y hasta aparentemente el mismo amor parecerían no tener poder alguno. Por el contrario, si en su desesperada esperanza, el hombre se vuelve a todas estas cosas, ellas parecen dejarlo más vacío, más frustrado, más angustiado que antes. Nuestra enfermedad es la enfermedad del amor desordenado, del amor propio que simultáneamente se da cuenta que es odio propio e instantáneamente se vuelve fuente de destructividad indiscriminada, universal.
Es la otra cara de la moneda que era corriente en el siglo XIX: la creencia en el progreso indefinido, en la suprema bondad del hombre y de todos sus apetitos. Lo que en Norteamérica se toma por optimismo, aún optimismo cristiano, es la indefectible esperanza de que las actitudes de los siglos XVIII y XIX pueden seguir siendo válidas sólo mediante la decisión de sonreír, aún cuando el mundo entero se esté cayendo a pedazos. Nuestras sonrisas son los síntomas de la enfermedad.


Estamos viviendo bajo una tiranía de la falsedad que se afirma en el poder y establece un control más total sobre los hombres a medida que estos se autoconvencen de que están resistiendo el error. Nuestra sumisión a las mentiras plausibles y pragmáticas nos enreda en más grandes y obvias contradicciones, y para ocultárnoslas a nosotros mismos necesitamos más grandes y siempre menos plausibles mentiras.

La falsedad básica está constituida por la mentira de que estamos completamente dedicados a la verdad, y de que podemos estar dedicados a la verdad de un modo que es al mismo tiempo honesto y exclusivo: que tenemos el monopolio absoluto de la verdad absoluta, así como nuestro adversario ocasional tiene el monopolio absoluto del error. Luego nos autoconvencemos de no podremos preservar nuestra pureza de visión ni nuestra sinceridad interior si entramos en diálogos con el enemigo, pues él nos corromperá con su error.

Finalmente, creemos que no puede preservarse la verdad a menos que destruyamos al enemigo -porque, como lo hemos identificado con el error, destruirlo es destruir el error. El adversario, por supuesto, tiene sobre nosotros exactamente la misma política básica por la cual defiende la "verdad". Él nos ha identificado con la deshonestidad, la insinceridad y la falsedad. Piensa que si nosotros somos destruidos, no quedará en pie otra cosa que la verdad.
Si persiguiéramos realmente la verdad, comenzaríamos lenta y trabajosamente a despojarnos, una por una, de todas nuestras envolturas de ficción y engaño: o al menos deberíamos desear hacerlo, pues las meras ganas no nos capacitan para lograrlo. Por el contrario, el que mejor puede señalar nuestro error y ayudarnos a verlo es el adversario que queremos destruir. Y esta es quizás la razón por la cual queremos destruirlo. Del mismo modo, nosotros podemos ayudarlo a ver su error, y esa es la razón por la que él busca destruirnos. (...)


La crisis del actual momento histórico es la crisis de la civilización occidental: más precisamente de la civilización europea, la civilización que fue fundada sobre la cultura grecorromana del Mediterráneo, y vigorizada por la gradual incorporación de los invasores bárbaros dentro de la cultura religiosa judeo-romano-cristiana del decaído Imperio Romano. Yo nací dentro de esta crisis. Mi vida entera ha sido modelada por esta crisis. ¡En esta crisis se consumirá mi vida, aunque, espero, no sin sentido! (...)

He aquí un aserto de Mahatma Gandhi que sintetiza clara y concisamente toda la doctrina de la no violencia: "El camino de la paz es el camino de la verdad". "La veracidad es aún más importante que la paz. Por cierto que la mentira es la madre de la violencia. Un hombre veraz no puede permanecer por mucho tiempo siendo violento. En el curso de su búsqueda él percibirá que no necesita ser violento, y descubrirá además que, mientras exista en él la menor traza de violencia, fracasará en hallar la verdad que está buscando".

¿Por qué no creemos esto inmediatamente? ¿Por qué lo ponemos en duda? ¿Por qué parece imposible? Simplemente porque todos somos, de algún modo, mentirosos. La madre de todas las demás mentiras es la mentira que persistimos en decirnos a nosotros mismos, acerca de nosotros mismos. Y ya que no nos mentimos en forma suficientemente descarada como para creernos nuestras propias mentiras individualmente, unificamos todas nuestras mentiras y las creemos porque se han convertido en la gran mentira proferida por la vox populi, y este tipo de mentira la aceptamos como la última verdad. "Un hombre veraz no puede permanecer por mucho tiempo siendo violento". Pero un hombre violento no puede iniciar la búsqueda de la verdad.


De entrada nomás, él quiere haberse asegurado de que su enemigo es violento y de que él mismo es pacífico. Ya que entonces su violencia está justificada. ¿Cómo puede enfrentar la desconsoladora tarea de entrar a reconocer el gran mal que hay dentro suyo y que necesita ser curado? Es mucho más fácil enmendar las cosas viendo el mal de uno encarnado en un chivo emisario, y destruir el chivo y mal juntos. Gandhi no quiere decir que debamos aguardar volvernos no violentos por el deseo de serlo. Sino que todo aquel que se percata oscuramente de su necesidad de verdad debería buscarla por medio de la no violencia, puesto que realmente no existe otro medio.

Podrán no tener un éxito total. Sus éxitos podrán ser en realidad muy escasos. Pero por una pequeña cantidad de buena voluntad comenzarán a acceder a la verdad, y por medio de ellos habrá al menos una pequeña verdad en la oscuridad de un mundo violento. Esta idea de Gandhi no puede ser, sin embargo, entendida si no recordamos su optimismo básico respecto de la naturaleza humana.

Él creía que en las ocultas profundidades de nuestro ser, profundidades que se hallan demasiado a menudo aisladas de nuestro modo consciente e inmoral de vida, somos más verdaderamente no violentos que violentos. Él creía que para nosotros el amor es más natural que el odio. Que "la Verdad es la ley de nuestro ser". Si esto no fuese así, entonces "mentir" no sería la "madre de la violencia".


La mentira introduce violencia y desorden en nuestra propia naturaleza. Nos divide contra nosotros mismos, nos aliena de nosotros mismos, nos hace enemigos de nosotros mismos y de la verdad que está en nosotros. De esta división es que surge el odio y la violencia. Odiamos a los demás porque no podemos soportar el desorden, la intolerable división que hay en nosotros. Somos violentos con los demás porque ya estamos divididos por la violencia interior de nuestra infidelidad a nuestra propia verdad. El odio proyecta esta división fuera nuestro, en la sociedad. (...)

                                                                Thomas Merton, monje del Cister.

[*] Tenemos una sola palabra para el "tiempo". Los griegos tenían dos: chronos y kairos. Chronos es el tiempo del reloj, el tiempo que se mide. Kairos no es el tiempo cuantitativo sino el tiempo cualitativo de la ocasión. Todos experimentamos en nuestras vidas la sensación de que llegó el momento adecuado para hacer algo, que estamos maduros, que podemos tomar una decisión determinada.

                                                                                  

jueves, 6 de octubre de 2011

Paradigmas educativos

Dos videos:

Algunos conceptos de Ken Robinson, sobre el actual paradigma educativo, en formato de animación.


"Nacidos para aprender" (Born to Learn) es el primero de una serie de videos sobre aprendizaje disponibles en Youtube, lamentablemente por ahora sólo éste ha sido doblado al español. Recomendable.


Y una charla de Ken, sobre cómo la "máquina de educar" mata la creatividad en los niños. Prácticamente un "lavado de cerebro" masivo cometido frente a nuestras narices y con la anuencia de casi toda la sociedad maniipulada: así comienza el drama, y así continúa...



lunes, 2 de mayo de 2011

Cómo los niños pararon un ecocidio

Hace unos días estuve presente en el 1º Congreso Latinoamericano de Salud Socioambiental.

El principal tema que cruzó todo el congreso fue las trágicas consecuencias del uso de químicos nocivos para fumigación.
Mi país es hoy un gigantesco laboratorio genético a cielo abierto, impulsado por la tecnoagricultura de producción de cultivos transgénicos.
Mucho poder, mucho dinero.

Las sustancias con las cuales se los fumiga -tal y como se probó en las ponencias del Congreso- provocan malformaciones en fetos, alteraciones a nivel sistema nervioso, cánceres y leucemias en infantes y adultos.
Finalmente, dañan y envenenan la vida en general, y la Tierra, el aire y el agua.

Los compuestos de control agroquímicos son hijos del mismo desarrollo que creó los "gases nerviosos" como armas químicas en las dos Guerras Mundiales y el "Agente Naranja" con el cual los norteamericanos fumigaban Vietnam; es decir: tecnología desarrollada en origen para uso bélico.

No me extenderé más sobre este tema: pueden encontrar mucha y buena información en sitios honestos de internet. La lucha por liberar a la gente inocente y al planeta de ese envenenamiento progresivo y forzado se está dando en muchos lugares a la vez, por diferentes causas.

En los intensos días que pasé en el Congreso, conocí a algunas personas admirables.
Una de ellas es un brillante y entrañable médico ecuatoriano, el Dr. Adolfo Maldonado.
Ecuador es hoy por hoy un país libre de cultivos transgénicos -y de sus correspondientes kits de agrotóxicos fumigables- por una cláusula que se inscribió en la reforma constitucional de 2008.
Sin embargo, Ecuador es vecino de frontera con Colombia.
Y en Colombia.... tenían el Plan Colombia.

El Plan Colombia fue un intento de acabar con los cultivos ilícitos -principal fuente de materia prima para el narcotráfico- en ese país, articulado con EEUU. Como parte de esa estrategia, se fumigaba a saturación con agrotóxicos desde aviones.
La fumigación llegaba a cubrir -por efecto del viento y otros- buena parte del área fronteriza de Ecuador, el país vecino.
Y los campesinos y la gente que vivía en esas áreas sufría las consecuencias, sin comerla ni beberla, como decimos en mi país, en un proceso que duró años.

El Dr. Maldonado nos contó que en esa zona los pobladores tenían una costumbre: al empezar el año, daban a los niños un cerdito a cuidar. El niño tenía que encargarse de él, alimentarlo, etc; y, al cabo del año, el cerdo se vendía y con el dinero obtenido los niños compraban los útiles necesarios para cursar el año escolar.

A raíz de intoxicaciones con agroquímicos fumigados en la frontera, Adolfo nos narró que los cerditos murieron, los niños se quedaron sin dinero para útiles y veintiún escuelas de frontera tuvieron que cerrar sus puertas por falta de asistencia...

Algunas personas, en Italia, por ejemplo, cuando supieron de esta situación, decidieron enviarle útiles a los niños. Los niños decidieron que tenían que mandarles algo a cambio, y como algunos sabian escribir pero no en italiano, decidieron devolverles dibujos de lo que pasaba.

Así, Maldonado empezó a documentar la historia del proceso de concentración de las fumigaciones tóxicas y el envenenamiento de las personas, animales y el medio ambiente en ese sector de la frontera ecuatoriana en el transcurrir del Plan Colombia: a través de los dibujos de los chicos.

La historia se la contará a ustedes el propio hermano -no puedo decir menos que esta honrosa palabra- Adolfo Maldonado, en estos tres videos cortos que le realizara la gente del Grupo de Reflexión Rural, a quienes agradezco desde ya por el uso de su material.

A mí sólo me queda continuar en la tarea de colaborar en parar eso acá, decirles a ustedes que actos de amor como éste me hacen llorar como a un sensiblero, y comunicarles la buena noticia: en Ecuador lograron DETENER LAS FUMIGACIONES del Plan Colombia en la zona fronteriza.

Vamos por más, vamos por la nuestra.... Esto es lo que se logra cuando los chicos y los adultos estamos unidos en el bien común:

Parte 1

Parte 2

Parte 3

miércoles, 30 de marzo de 2011

lunes, 7 de febrero de 2011

Con los chicos no

Otro de Sinay, este recién salidito del horno.
Caramba, qué bien escribe este hombre...

Con los chicos no
Empiezan los primeros escarceos preelectorales y ya muestran la hilacha. En los diarios, en la televisión, en cualquier lugar donde se puedan mostrar, los precandidatos comienzan a levantar bebés y chicos muy chicos en sus brazos. Y los besan, con un poco de asquito (olor a quesito, olor a caquita), los besan.
¿Habrán levantado con ese supuesto cariño a sus hijos?
¿Se preocupan por el hambre, la violencia, los abusos y otras aberraciones que sufren tantos chicos día a día, en lugares que ellos ni pisan ni pisarán?
Los chicos sirven para un roto como para un descocido. Para una foto en la que estos candidatos muestran falsas sonrisas y mucha torpeza para manipular a un bebé. Y para pedir mano dura y bajar las penas a 14, 12, 10 u 8 años según sea la conveniencia electoral y la paranoia de la sociedad (sociedad que también abandona masivamente a sus hijos).


¿Nada los detiene? ¿Y los padres de esos chicos prestados para la foto? ¿Así los cuidan? ¿Así los protegen? ¿Poniéndolos en manos de quién sea? Algunos padres se los prestan a los políticos (suponiendo que sea sólo un préstamo y no haya contraprestaciones).
Otros los llevan a castings de publicidad para que luego productores, directores y publicistas utilitaristas manipulen impunemente durante horas a esos chicos que (¡aleluya!) saldrán en la tele para gloria de quienes deberían cuidarlos pero prefieren valerse de ellos.
 
Señores precandidatos dispuestos a todo, señores padres narcisistas, por favor, un segundo de responsabilidad.
Un límite.
Tiene que haber un límite: con los chicos, no
 

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Sinay y la Involución

Lo que sigue es un breve artículo de Sergio Sinay, sobre la involución de la convivencia en la Argentina.
Lo pongo aquí porque se me ocurre significativo más allá de las fronteras de nuestro país, si bien en algún grado diferente.
Alguien dijo alguna vez que las repúblicas que se descuidaban degeneraban en democracias, y las democracias abandonadas mutaban en totalitarismos. Algo así estamos viviendo en Argentina, y, en algún grado, en el planeta, con esto del Nuevo Orden Mundial.
Por lo demás, si les gusta el tema, relean (o lean) a Fromm en El Miedo a la Libertad; lean -o miren la peli- a Orwell en "1984", a Huxley en "Un Mundo Feliz", vean las pelis "La Ola" y "El Experimento"...

¿El punto? Volver a la convivencia real, volver a establecer vínculos reales y sanos... si acaso estamos todavía a tiempo...

Involución

por Sergio Sinay
El Estado es la forma que toma el acuerdo que un grupo de individuos construye para poder en primer lugar sobrevivir y, luego, convivir en condiciones que les permitan a cada uno de ellos desarrollar sus potencialidades y al conjunto de los mismos construir una comunidad que más tarde pueda darse propósitos colectivos.
El Estado no es un invento caprichoso que tiene el fin de importunar a las personas y tampoco es propiedad de nadie en particular, sino de todos quienes adhieren a sus propósitos y a sus reglas y están dispuestos a interactuar bajo las mismas. Se trata, en fin, de una de las grandes creaciones humanas y sin el Estado la especie no hubiese sobrevivido ni habría desarrollado esa fabulosa construcción que se llama civilización. En la medida en que las comunidades evolucionan, cuidan, respetan y mejoran esa institución siempre perfectible.

La Argentina involuciona. Su Estado es siempre propiedad de quienes lo usurpan (y también se puede usurpar por vía electoral, según sabemos y sufrimos). El Estado es aquí un medio de enriquecimiento de unos pocos y, mientras éstos lucran malamente con él, una masa crítica de la sociedad busca burlar sus leyes, sacar pequeñas ventajas ratoniles, y convierte en deporte nacional la transgresión de los códigos de convivencia, la queja contra el Estado y también el afán por vivir de él o de las migas que los otros, los poderosos que lo administran, tiran.

Más allá de las formalidades y las deformaciones este parece ser hoy un país sin Estado y sin ley.
Un país de todos contra todos, un conglomerado humano darwiniano en el que sobrevivirán quienes sean más fuertes que otros y estén dispuestos a comer la carne de los débiles.

Un país de intolerantes y abusivos sin distinción de clase.
Un país sin ley y sin destino.
Si hay futuro, éste deberá empezar por aprender el abecedario de la convivencia (el mayor analfabetismo nacional) y por un acuerdo elemental de coexistencia que empiece por fundar otra vez un Estado, por darle cimientos y por respetar sus funciones e instituciones.

O nada.

Fuente: http://www.sergiosinay.com

Hey, ilustre visitante!!! Deja aquí tu huella y tu mensaje: